David Mayorga
Diario El Espectador
Anticipándose al progresivo deterioro de la economía en el vecino país, las empresas colombianas han facturado múltiples millones de dólares al reemplazar las exportaciones por la producción ‘in situ’.
La decisión se tomó en un momento crucial. Afectada por una intensa huelga de trabajadores y en medio de una nueva crisis diplomática binacional, Alpina reanudó su operación en Venezuela.
El cese de actividades, que había interrumpido toda la producción en su planta de Villa de Cura, en el estado Aragua, se resolvió con una auténtica jugada a tres bandas: el asocio con la firma Vadilbex Investments Limited, de Barbados, para poner a trabajar nuevamente las máquinas; por otro lado, la reorganización de su operación regional para no afectar las ganancias, y, por último, el comienzo de un largo proceso de diálogo con el sindicato.
Una decisión suicida, si se tiene en cuenta que las crisis estaban consolidando un sentimiento anticolombiano en Venezuela, con amenazas de expropiación de por medio (entre ellas, las más recordadas de Argos, en 2007, y el Grupo Éxito, en 2010). Al mismo tiempo, la economía del vecino país mostraba los primeros signos de deterioro: una economía que, según la Cepal, cayó 1,8% en 2010 debido al mal momento del precio del petróleo, el estancamiento del consumo, el aumento del desempleo y la alta inflación, que superaba el 26%.
Pero el tiempo terminaría dándole la razón a la empresa. Eso lo demostró Alpina en su balance final de 2013 al registrar ventas totales en Venezuela por 266,5 millones de bolívares fuertes (alrededor de US$42,3 millones), lo que supuso un crecimiento del 14,6% frente a los resultados del año anterior.
“Desde nuestra llegada al mercado venezolano hemos diseñado estrategias que nos permitan continuar consolidándonos en ese país. Hemos trabajado en el fortalecimiento de la producción local, así como en estrategias que nos acerquen más a los consumidores y nos permitan llegar a todo el país. Asimismo, de manera permanente, nos hemos adaptado al entorno para mantener la producción como foco de sostenibilidad de la operación”, comenta Fernando Arzola, su gerente al otro lado de la frontera.
Una historia similar vive el Grupo Farmacéutico La Santé, que hizo su entrada triunfal hace 22 años al quedarse con la operación de Galeno Química. “A través del servicio logramos superar a muchas otras empresas locales. También nos hemos consolidado en innovación y calidad”, destaca Charles Bevan, presidente de la compañía que ha facturado anualmente alrededor de US$190 millones y que ha convertido a la marca Galileo como la segunda en el país por venta de unidades.
Esas cifras suenan a simple fantasía a la hora de contrastarla con la realidad de la economía, marcada por las imágenes de almacenes desabastecidos, largas filas para comprar artículos de primera necesidad y los discursos del presidente Nicolás Maduro sobre nuevos controles a los precios.
Los informes técnicos del Banco de Venezuela muestran un repunte de 26 puntos porcentuales en la inflación entre 2012 y 2013, año en que se situó en 56,2% (52,7% en el área metropolitana de Caracas); asimismo, el índice de escasez demuestra que 28 de los 100 principales productos básicos no se pueden encontrar en los principales supermercados del país. Por si fuera poco, los datos del DANE muestran una caída del orden del 13% en el comercio global entre ambos países en los años descritos y del 11,7% en las exportaciones colombianas.
De hecho, el vecino país pasó de ser el segundo socio comercial de los empresarios colombianos para convertirse hoy en el cuarto mercado más importante, cediendo terreno frente a naciones como Perú, Ecuador o los países centroamericanos.
“Venezuela sigue siendo un mercado atractivo de atender por la vía de almacenes y grandes superficies, pero ha perdido atractivo por las múltiples dificultades cambiarias. Eso se hace evidente a la hora de convertir los bolívares a dólares”, explica Carlos Eduardo Botero, director ejecutivo de Inexmoda, gremio de los textileros y confeccionistas, que pasó de vender más de US$1.000 millones en 2010 a US$147 millones el año pasado.
Entonces, ¿cómo han logrado estas firmas abrirse paso entre las dificultades? Para Bevan, un secreto es prepararse para lo peor, por muy improbable que parezca: “Manejamos entre 10 y 12 presupuestos al año con cambios mensuales. También hemos tenido que aprender a leer los eventos antes de que sucedan, como ocurrió con el cierre de fronteras, del cual salimos adelante porque habíamos disminuido las exportaciones desde Colombia y aumentado la producción local”.
Alpina, tal y como lo explica Arzola, también ha tenido su as bajo la manga: “Hoy, y gracias a las estrategias que hemos implementado, fortalecimos la producción local trabajando de la mano de los proveedores con el ánimo de asegurar la sostenibilidad de la operación”.
Son dos postales de un mercado que, más allá de sus múltiples problemas, sigue siendo estratégico para los intereses de los empresarios colombianos. Por algo en enero y febrero las exportaciones al otro lado de la frontera crecieron 28,1% entre 2013 y 2014.